Y pensar que fingí creer en todas tus mentiras,
ignorar y entorpecer con mis emociones a la razón,
para que no me abofeteara a la cara y me despertara
de tan hermosa y sublime pesadilla…
Y pensar que fui tuya cuando tú nunca fuiste mío,
consagrando dentro de mi corazón
los cachitos de ti que quisiste compartir conmigo…
Y pensar que ya te perdonaba la más grande ofensa de todas,
aquella que sólo tú y yo sabemos cuánto daño me hizo…
Y pensar que besé con sangre el suelo que me vio caer,
y mis alas rotas, no por el impacto,
sino por tu maltrato, ya no volarán más.
Pero aún con el corazón y el orgullo lastimados,
me levanto, porque no hay más grande bellaquería
que la de envenenarme de traición con tu gélido abrazo…